José Lezama Lima


[El Pabellón de la Vacuidad]


Voy con el tornillo

preguntando en la pared,
un sonido sin color
un color tapado con un manto.
Pero vacilo y momentáneamente
ciego, apenas puedo sentirme.
De pronto, recuerdo,
con las uñas voy abriendo
el tokonoma en la pared.
Necesito un pequeño vacío,
allí me voy reduciendo
para reaparecer de nuevo,
palparme y poner la frente en su lugar.
Un pequeño vacío en la pared.

Estoy en un café
multiplicador del hastío,
el insistente daiquirí
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
De pronto, con la uña
trazo un pequeño hueco en la mesa.
Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.
Estoy con él en una ronda
de patinadores por el Prado.
Era un niño que respiraba
todo el rocío tenaz del cielo,
ya con el vacío, como un gato
que nos rodea todo el cuerpo,
con un silencio lleno de luces.

Tener cerca de lo que nos rodea
y cerca de nuestro cuerpo,
la idea fija de que nuestra alma
y su envoltura caben
en un pequeño vacío en la pared
o en un papel de seda raspado con la uña.
Me voy reduciendo,
soy un punto que desaparece y vuelve
y quepo entero en el tokonoma.
Me hago invisible
y en el reverso recobro mi cuerpo
nadando en una playa,
rodeado de bachilleres con estandartes de nieve,
de matemáticos y de jugadores de pelota
describiendo un helado de mamey.
El vacío es más pequeño que un naipe
y puede ser tan grande como el cielo,
pero lo podemos hacer con nuestra uña
en el borde de una taza de café
o en el cielo que cae por nuestro hombro.

El principio se une como con el tokonoma,
en el vacío se puede esconder un canguro
sin perder su saltante júbilo.
La aparición de una cueva
es misteriosa y va desenrollando su terrible.
Esconderse allí es temblar,
los cuernos de los cazadores resuenan
en el bosque congelado.
Pero el vacío es calmoso,
lo podemos atraer con un hilo
e inaugurarlo en la insignificancia.
Araño en la pared con la uña,
la cal va cayendo
como si fuese un pedazo de la concha
de la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
evaporo el otro que sigue caminando.

Tadeusz Różewicz

Vi a unos locos
caminaban por la superficie del mar
creían hasta el final
y se ahogaron

aún hoy voltean
a mi insegura barca

rechazo estas manos
sepulcrales
yo cruelmente
vivo

las rechazo año tras año

Attila József

Corazón puro

No tengo ni padre ni madre,
no tengo ni patria ni Dios,
no tengo ni cuna ni sudario,
no tengo ni sombra de amor.

Hace tres días que no como
siquiera un grano de frijol.
El poder de mis veinte años
se lo vendo al mejor postor.

Y si nadie quiere comprármelo
al diablo se lo venderé.
Robaré, puro el corazón,
y, si es preciso, mataré.

Seré atrapado y luego ahorcado.
La santa tierra me tendrá
y a mi precioso corazón
yerba fatal le crecerá.

Miserere

Chantal Maillard

El Tema I

En los bordes del sueño abre
los ojos. Sin abrirlos. Alo
despierta. O le decimos despertar
a eso que ocurre. La conciencia de una
continuidad. La conciencia que es
esa continuidad.

Algo despierta y mira dentro
(el dentro de la superficie, que
no es un dentro sino un debajo, como
el forro de un abrigo), buscando algo
en lo que anclarse. Un tema, busca
un tema. Para

sobrevivir. -¿Sobrevivir?
Decidme, ¿quién o qué
sobrevive?- Volver al tema.
En el tema el mí se reconoce
porque algua parte suya
es afectada y se conmueve.
Como cuando las lágrimas. Por la imagen.
A la mente le gustan las
imágenes. Con ellas, teje.
Y el tejido hace mundo o lo refuerza,
o hace consistente.

En la orilla del sueño alo, un aliento
que vibra, insiste en las mismas pautas.
Y se hace sólido. Y dice yo.
Y el mí adviene, de nuevo, creyéndose,
creyéndome ahora lo que escribo
Para no perderme. No aún.
No tanto. No tan aún tantas veces.
Para no deshacerme. Para
sobrevivir pero.
Porque no está claro. Por el peso.
El mí contiene demasiadas
lágrimas Aunque. El lastre fuerza
a abandonar el texto y condenarse
en los márgenes. Y es bueno -¿bueno?-. Es
adecuado. En fin, no es, de ninguna
manera. Sólo hay lastre. Y hay Aún.
Hay demasiado Aún para perderse
del todo.