Henri Michaux

¿Dónde poner la cabeza?

Un cielo
un cielo porque ya no hay tierra
sin un ala, sin un cobertor, sin una pluma de pájaro
sin un vaho
estrictamente, únicamente cielo
un cielo porque ya no hay tierra
Después de la explosión de grisú en la cabeza,
el horror, la desesperación
después de que nunca hubo nada, todo devastado
naufragado, toda salida perdida
un cielo glacialmente cielo
Actualmente obstruído, atrancado, lleno de despojos;
cielo a causa de la migraña de la tierra
desprovista de cielo
un cielo porque no hay ninguna parte dónde poner
la cabeza
Atravesado, encogido, perforado, recortado, deshecho
intermitente. irrespirable en las explosiones y las humaredas, bueno para nada
un cielo desde ahora inencontrable

Blaise Cendrars

Prosa del transiberiano y de la pequeña Jeanne de Francia
[Fragmento]


[...]


Me arropé con una manta de viaje
Multicolor
Como mi vida
Y mi vida no me calienta más que este chal
escocés
y ni Europa entera divisada por la ventanilla de un expreso
es más rica que mi vida
Mi pobre vida
Este chal
Deshilachado sobre los cofres repletos de oro
con los que viajo
Encima de los que sueño
Encima de los que fumo
Y la única llama del universo
es una vaga idea.


[...]



Antonio Gamoneda

Vi la serenidad en los ojos de las reses destinadas
a los cuchillos industriales y los caballos inmóviles
en las tristeza;

después, la cal, su luz en los ancianos, y grandes grietas
habitadas por lamentos

Margaret Atwood

Sus actitudes son diferentes


I

Comprendernos
el uno al otro, intentamos
todo menos eso, y para evitarlo

dejaré de buscar
gérmenes si apartas tus dedos
del microfilme
escondido en mi piel



[...]



III

Tú extendiste tu mano
yo tome tus huellas dactilares

Tú pediste amor
yo sólo te dí descripciones

Por favor, muérete, dije
para que pueda escribir sobre tu muerte

Salvatore Quasimodo








Cada uno esta solo
sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol:
y de repente la noche.

José Lezama Lima


[El Pabellón de la Vacuidad]


Voy con el tornillo

preguntando en la pared,
un sonido sin color
un color tapado con un manto.
Pero vacilo y momentáneamente
ciego, apenas puedo sentirme.
De pronto, recuerdo,
con las uñas voy abriendo
el tokonoma en la pared.
Necesito un pequeño vacío,
allí me voy reduciendo
para reaparecer de nuevo,
palparme y poner la frente en su lugar.
Un pequeño vacío en la pared.

Estoy en un café
multiplicador del hastío,
el insistente daiquirí
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
De pronto, con la uña
trazo un pequeño hueco en la mesa.
Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.
Estoy con él en una ronda
de patinadores por el Prado.
Era un niño que respiraba
todo el rocío tenaz del cielo,
ya con el vacío, como un gato
que nos rodea todo el cuerpo,
con un silencio lleno de luces.

Tener cerca de lo que nos rodea
y cerca de nuestro cuerpo,
la idea fija de que nuestra alma
y su envoltura caben
en un pequeño vacío en la pared
o en un papel de seda raspado con la uña.
Me voy reduciendo,
soy un punto que desaparece y vuelve
y quepo entero en el tokonoma.
Me hago invisible
y en el reverso recobro mi cuerpo
nadando en una playa,
rodeado de bachilleres con estandartes de nieve,
de matemáticos y de jugadores de pelota
describiendo un helado de mamey.
El vacío es más pequeño que un naipe
y puede ser tan grande como el cielo,
pero lo podemos hacer con nuestra uña
en el borde de una taza de café
o en el cielo que cae por nuestro hombro.

El principio se une como con el tokonoma,
en el vacío se puede esconder un canguro
sin perder su saltante júbilo.
La aparición de una cueva
es misteriosa y va desenrollando su terrible.
Esconderse allí es temblar,
los cuernos de los cazadores resuenan
en el bosque congelado.
Pero el vacío es calmoso,
lo podemos atraer con un hilo
e inaugurarlo en la insignificancia.
Araño en la pared con la uña,
la cal va cayendo
como si fuese un pedazo de la concha
de la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
evaporo el otro que sigue caminando.

Tadeusz Różewicz

Vi a unos locos
caminaban por la superficie del mar
creían hasta el final
y se ahogaron

aún hoy voltean
a mi insegura barca

rechazo estas manos
sepulcrales
yo cruelmente
vivo

las rechazo año tras año

Attila József

Corazón puro

No tengo ni padre ni madre,
no tengo ni patria ni Dios,
no tengo ni cuna ni sudario,
no tengo ni sombra de amor.

Hace tres días que no como
siquiera un grano de frijol.
El poder de mis veinte años
se lo vendo al mejor postor.

Y si nadie quiere comprármelo
al diablo se lo venderé.
Robaré, puro el corazón,
y, si es preciso, mataré.

Seré atrapado y luego ahorcado.
La santa tierra me tendrá
y a mi precioso corazón
yerba fatal le crecerá.

Miserere

Chantal Maillard

El Tema I

En los bordes del sueño abre
los ojos. Sin abrirlos. Alo
despierta. O le decimos despertar
a eso que ocurre. La conciencia de una
continuidad. La conciencia que es
esa continuidad.

Algo despierta y mira dentro
(el dentro de la superficie, que
no es un dentro sino un debajo, como
el forro de un abrigo), buscando algo
en lo que anclarse. Un tema, busca
un tema. Para

sobrevivir. -¿Sobrevivir?
Decidme, ¿quién o qué
sobrevive?- Volver al tema.
En el tema el mí se reconoce
porque algua parte suya
es afectada y se conmueve.
Como cuando las lágrimas. Por la imagen.
A la mente le gustan las
imágenes. Con ellas, teje.
Y el tejido hace mundo o lo refuerza,
o hace consistente.

En la orilla del sueño alo, un aliento
que vibra, insiste en las mismas pautas.
Y se hace sólido. Y dice yo.
Y el mí adviene, de nuevo, creyéndose,
creyéndome ahora lo que escribo
Para no perderme. No aún.
No tanto. No tan aún tantas veces.
Para no deshacerme. Para
sobrevivir pero.
Porque no está claro. Por el peso.
El mí contiene demasiadas
lágrimas Aunque. El lastre fuerza
a abandonar el texto y condenarse
en los márgenes. Y es bueno -¿bueno?-. Es
adecuado. En fin, no es, de ninguna
manera. Sólo hay lastre. Y hay Aún.
Hay demasiado Aún para perderse
del todo.