Ramón Martínez Ocaranza

[De Icaro a Perseo]

En el alba de llenan los candados de ropa sucia
y de piedras ofensivas.

Porque no cualquier Fausto puede con su Mefistófeles.

Y cuando Zeus estudia siquiatría
se multiplican las palabras de las columnas
y los terribles ascensores se cortan la lengua
con una navaja de mil filos.

Todo el ideal de la fotografía
sería captar el último gesto de amargura
de los perros que se mueren de hambre
o cuando va pasando lo blanco de las magnolias
al amarillo de la muerte.

Las furias desconocen que la gran perfección está en
los pianos
que lloran en las casas de empeño,
donde la soledad explica sus lirios invisibles
y donde cada quien puede soñar
una prefabricada circunstancia;
o le puede pedir las cuentas a los dioses
para que nadie se trague sus testículos.

Por las heridas de los cactos brotan flores
como las brujas pueden transformar a los ángeles en puercos
o a los puercos en ángeles;
o como los geranios lloran debajo de las escaleras vacías.

Cuando quemamos las circunferencias,
es como cuando el tiempo se pone a llorar por los caminos
porque no sabe para qué sirven los caminos
y da gritos de loco.

Esto de recoger las lágrimas del mundo
para limpiar mis lágrimas
es un secreto que viene de los jeroglíficos
que se escribieron antes de las piedras;
cuando la soledad del hombre sollozaba
en las novelas subsantivas
del despertar del sueño de los círculos.

Y ser en el no ser del Ser pateado por los dioses
quiere decir que un habitante del barrio más pobre de la
tierra
puede ser un Perseo lleno de rabia
para matar Gorgonas,
o puede ser un Icaro para largarse con alas de petate
en busca de un planeta menos idiotizado por las brujas.

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