Fernando Pessoa

88.

Se cruzó conmigo, vino ami encuentro en una calle de la Baixa
aquel hombre mal vestido, mendigo de profesión que se le nota
en la cara,
que simpatiza conmigo y yo simpatizo con él;
y recíprocamente, en un gesto generoso, desbordante, le di
cuanto tenía
(excepto, naturalmente, lo que estaba en el bolsillo donde llevo
más dinero:
no soy tonto ni novelista ruso en ejercicio,
y romanticismo, sí, pero poco a poco...)

Siento simpatía por toda esa gente,
sobre todo cuando no merece simpatía.
Sí, yo soy también vagabundo y mendigo,
y lo soy tambien por culpa mía.

Ser vagabundo y mendigo no es ser vagabundo y mendigo:
es estar a un lado en la escala social,
es no ser adaptable a las normas de la vida,
a las normas reales o sentimentales de la vida:
no ser juez de Supremo, empleado fijo, prostituta,
no ser pobre de verdad, ni obrero explotado
no ser sediento de justicia o capitán de caballería
no ser, en fin, aquellos personajes de los novelistas
que se hartan de las letras porque tienen razón para llorar légrimas,
y se rebelan contra la vida social porque tienen razón para
considerarlo.

No:¡todo menos tener razón!
¡Todo menos que la humanidad me importe!
¡Todo menos ceder al humanitarismo!
¿De qué sirve una sensación si hay una razón exterior para ella?

Sí, ser vagabundo y mendigo como lo soy yo,
no es ser vagabundo y mendigo, lo que es tan corriente:
es estar aislado en el alma, que eso sí es ser vagabundo,
es tener que pedir a los días que pasen y nos dejen, eso sí que
es ser mendigo.

Todo lo demas es estúpido como un Dostoievski o un Gorki.
Todo lo demas es tener hambre o no tener qué ponerse.
Y, aunque eso suceda, le sucede a tanta gente
que ni vale la pena tener pena de la gente a la que le sucede.
Soy vagabundo y mendigo de verdad, esto es, en el sentido figurado,
y me estoy regodeando en una gan caridad por mí mismo.

[...]

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