Oscar De Pablo


ETIÓPICAS

Qué implacable verdad este conjunto
arbitrario de células que mi nombre unifica,
esta cambiante suma de fragmentos: ése
que abrió los ojos al recibir el día,
el que sale del baño rascándose la nuca…

pero cedo ante el tópico de las esencias
y me declaro uno: desde el verso primero,
conjugo fatalmente en primera persona,
aprovecho el instante para fingir que pienso,
me incorporo distinto,
denuncio la mentira de los pájaros,
frente a ellos afirmo mi silencio
y así me reconozco: El mundo ocurre,
ocurre la materia dorada y crepitante, la materia
se yergue, se desordena en órdenes complejos,
marabunta,
ciega puesta en escena de lirismos autistas,
universos privados, diminutos,
siempre orgullosos de su misterio interno,
sus mínimas Verdades Trascendentes,
sus purezas que forman, consteladas,
esta mierda de mundo: la asquerosa entropía del universo.

Decido pese a todo abrir mi puerta.

Salgo. Respondo a la retórica vacía
del viento entre los árboles: escudriñar sus ecos
como un lenguaje arcano, detenerme a trazar constelaciones verdes,
basta para probar mi cobardía, mi personal secuencia
de marasmo,
inmóvil y ridícula ante el tiempo que ocurre: Pánico de no ser,
terror que se disipa ante una sed cualquiera
o frente a la idea misma del deseo.
Recompongo en la práctica mi esencia
y así me reconozco:

Como el poeta que baja del Parnaso
para encontrarse en medio de Avenida Cuauhtémoc,
puro y estúpido como recién nacido, sordo de infinitud, lúcido, quieto,
empezando a entender, en su torpe ternura,
el mensaje furioso de algún claxon:
Hacerse a un lado, claro, llegar a la banqueta,
fecundar la ciudad y habitar en el día,
ser un punto del día,
descifrar el oxigeno esmaltado de roca,
sobrevivir sin preguntarse nada,
aceptar la ciudad, la Colonia Narvarte,
como quien corta un higo verde y se lo come,
darle a la calle una existencia plena
al llenarla de pasos,
y entender que la calle me ocurre como el mundo,
que la calle no existe hasta que yo la cruzo, que yo tampoco existo,
que la calle no es sino mis pasos
y yo, peatón, no soy
sino la calle. Cuando llegue a la esquina,
seré otro.

Pero no, pero no. La calle no es un medio sino un fin,
un movimiento rumbo al movimiento,
un flujo rumbo al flujo, una búsqueda ciega
cuyo unico destino es prolongarse.
Camino que no lleva sino al camino mismo,
hay el ruido de lucha de un río que desemboca,
y la ciudad es eso. Mis pasos son la meta
de mis pasos: hambre de nuevas hambres de mañana.

Miro el reloj, busco reconciliar el griterío
de ceniza dispersa: ya son las nueve y veinte,
y la esquina de Xola cin Cuauhtémoc
reclama su existencia,
se constituye en términos concretos, erizada de ángulos,
donde un conjunto de materia orgánica
se torna en ser humano por saberse sediento; miro el reloj,
antes de entrar al metro,
me compro un boing de mango.

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